lunes, 29 de marzo de 2010


Siempre conmovida desde la infancia:
Sones quedos de tambores en la noche cerrada o de amanecida mientras duermen las conciencias.
Procesiones austeras de soledades y cruces desnudas que transitan la ciudad callada.
Y ese caminar con pausa, reflexivo, de penitentes confortados por su fe.

Hoy me conmueve más aún la fragilidad de los seres perdidos en las urbes, que portan cruces a diario, sufren de deslealtad y de abandono.

¿Agnósticos o creyentes, escuchamos los tambores?

Marina Caballero
Fotos: Andrés P. Llorente

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