martes, 14 de septiembre de 2010











Sonó a cáscara ligera, y al poco volvió a sonar. Entonces a ella le pareció que algo muy pequeño caía golpeándose contra el alféizar; pero tan sólo miró de soslayo, sin dejar la ocupación, hasta que de nuevo ocurrió otra vez. Fue cuando, no sin cierta aversión, observó por los visillos: el bicho, dos centímetros de largo, una especie de artrópodo con muchas patas, dos antenas y sin alas, ascendía en línea recta por el cristal buscando la salida. Al toparse con el aluminio cayó de nuevo. Entonces se quedó quieto en aquella encerrona de doble ventanal, engañado por un cristal que le mostraba lo que a un tiempo le estaba negando: su libertad. Aún lo intentó varias veces sin éxito; luego ya quedó inmóvil, bajo el sol, sobre el alféizar.
Ahora ella se siente culpable por no haber querido ser (le repugnaba tocarlo) el pequeño dios que lo salvara.

Entre cristales, de Apuntes de un verano. Marina Caballero.

Ilustración: Diálogo de los insectos, 1924. Joan Miró. Colección particular.

4 comentarios:

Rufino U. Sánchez dijo...

No hay Dios pequeño, pero que no se preocupes los artrópodos siguen viviendo más alla d elos que su Dios desea.

¿Acaso no pasa también con los humanos?

Santiago Redondo Vega dijo...

A veces somos dioses -o demonios-de nuestros propios miedos. El cristal de la libertad, que muestra pero que a la vez separa -qué bien lo defines- no sólo engaña a los seres irracionales, también los racionales caemos, como artrópodos, en esa misma trampa.

La libertad es sólo una ilusión, una utopía.

Me gustó tu relato.

Un abrazo Marina.

Marina Caballero del Pozo dijo...

Al menos, nadie le puede poner barrotes a la imaginación de cada cual. Salvo uno mismo.
Gracias, Santiago. Un abrazo.

Marina Caballero del Pozo dijo...

Allá los dioses impávidos.
Aunque simples mortales, los humanos tenemos la capacidad de salvar situaciones e incluso a seres. Pequeños “milagros” en el día a día.
Rufino, amigo, un abrazo.